Tránsito de Ío
Cualquier momento es bueno para hacer una observación, siempre que contemos con el tiempo y la cooperación del cielo. La noche del 3 de mayo de 2003, a pesar de que estuvo brumoso (tanto como para opacar, significativamente, las estrellas de cuarta y quinta magnitud “visibles” a simple vista —con todo y la posible redundancia), decidí probar suerte y observar un tránsito de Ío frente a Júpiter que se registraría a la 1:44 TU. Para ello, moví toda mi parafernalia fuera de la casa al caer la noche para que se aclimatara a la temperatura del exterior. Por ser a una hora temprana, también tendría que lidiar con las emisiones de calor de las estructuras en la zona y la luz innecesaria proveniente de las residencias colindantes (no es tarea fácil convencer a los vecinos de que no es una pérdida de tiempo tan “aburrida” actividad, y mucho menos de que tú la disfrutas tanto como ninguna otra).
Por un momento, contemplé detenidamente un danzante Saturno mientras el telescopio SCT de 9.25 pulgadas alcanzaba algún “equilibrio” térmico. De vez en cuando, aunque sólo por breves segundos, se produjeron varios instantes de buena visibilidad, que me permitieron captar algunos detalles en el globo del planeta, como la presencia de unas bandas oscuras mezcladas con regiones más claras. La división de Cassini se advertía con relativa facilidad, pero el anillo de Crepe —el más interior, en dirección al planeta— no se podía distinguir (o, por lo menos, no puedo confirmarlo). Además, pude ver cuatro de los satélites de Saturno con toda claridad (Titán [mag. 8.4], Rea [9.8], Tetis [10.3] y Dion [10.5]) y un quinto sólo de reojo y en ciertas ocasiones (Encelado [mag. 11.8], muy cercano a los anillos; esta debió ser el límite esta noche). Obviamente, la mejor imagen se obtenía a poco aumento (94x) porque era como menos interferían los efectos de la atmósfera.
Al tiempo de comenzar a observar a Júpiter, el telescopio principal se habría aclimatado, pero, para no perder a Saturno, enfoqué el segundo planeta primeramente con el telescopio de 6 pulgadas. A 30x, se veía el planeta con sus cuatro acompañantes alineadas, dos a cada lado de la gran “esfera” central. En ese entonces (como a las 0:30 TU), Ío se identificaba fácilmente, pues había un puntito muy próximo al planeta.
Por espacio de 30 minutos, poco más o menos, me fui de “viaje” por las constelaciones del área inmediata, especialmente Gemini, para “matar” el tiempo. Al dar la 1:10 TU, regresé al telescopio de 9.25 pulgadas y enfoqué a Júpiter para contemplar a Ío a medida que se aproximase más al planeta durante la siguiente media hora. El propósito de esto era cronometrar por cúanto tiempo después del momento de contacto (el comienzo del tránsito) podría distinguir el satélite según cruzase frente a la faz del planeta… si las condiciones del cielo me lo permitían.
Con cada paso del reloj, la separación entre ambos cuerpos disminuía. Sin embargo, enseguida me percaté de otro hecho: a 261x (con un ocular Plössl de 9mm, que era el que me ofrecía mejor imagen), Júpiter se hacía ligeramente más oscuro según aumentaba la curvatura del globo entre la cara que daba hacia la Tierra y la parte posterior, justamente el área de contacto de Ío. Esto, indudablemente, ayudaría a observar al satélite, al menos mientras estuviera en esa región. De más está decir que, mientras pasaba el tiempo, también le di una mirada al sistema de bandas oscuras ecuatoriales y las más próximas a los polos, tan famosas todas ellas como el mismo planeta que las alberga (no me detuve a observar sus detalles, para no perder de vista el evento principal).
Dio la 1:44 TU, comienzo del tránsito, y seguía viendo la “estrellita de Ío” como si aún estuviera fuera. Pasaban los minutos, y la separación se hacía más insignificante, pero obvia. 1:49, cinco minutos después y contando… 1:54, diez minutos después y contando… 1:57… Ya era evidente que mi sospecha anterior quedaba corroborada, pues todavía veía a Ío frente a Júpiter, cruzando entre las bandas centrales, aún como un punto ligeramente más luminoso que el planeta (pues estaría, como dije, “tocando” la región del limbo). A las 2:00 TU puedo decir que ya la brillantez de Ío se confundió con la de Júpiter, y no la distinguí más.
Tenía la intención de continuar la observación del tránsito para ver, una hora más tarde, la entrada de la sombra de Ío sobre las nubes de Júpiter, pero me vencieron el cansancio y la bruma. Así que recogí mi parafernalia y complacidamente me senté frente a la computadora a redactar estas notas.
Este ha sido el primer tránsito de un satélite de Júpiter que me propuse observar, a pesar de que llevo más de diez años haciendo observaciones telescópicas. Anteriormente, solo me había interesado el cielo profundo, y a eso dedicaba todo mi tiempo de observación —con contadas excepciones, como la oposición de Marte de 1993, el choque suicida del Shoemaker-Levy 9 con Júpiter en 1994, las buenas apariciones de Mercurio y los pasados grandes cometas (también, añádase a la lista los eclipses solares y lunares)—. Tampoco me ayudaba mucho el telescopio de 6 pulgadas, con un largo focal más apropiado para vistas de campo amplio y poco aumento, y no tan favorable para la observación de planetas con mucho aumento. Equipado con uno de 9.25 pulgadas y f/10, en cambio, puedo dedicar más tiempo a la observación planetaria y otros eventos similares (y sin mucha preocupación porque la desvergonzada y creciente contaminación lumínica que nos arropa arruine la ocasión).
No quiero insinuar con esto que otra persona deba poseer (o adquirir, si no lo posee) un telescopio de este tamaño o más para apreciar estos eventos. Obviamente, entre más grande sea la apertura principal del instrumento (el lento o el espejo primario, según sea su diseño), mejor será la oportunidad de disfrutarlos. Pero ya lo dice aquel viejo refrán (muy válido en astronomía): no es cuán grande lo tengas —el telescopio—, sino que lo sepas usar (y lo uses). Los satélites de Júpiter son visibles en binoculares 7x35mm, y en un telescopio pequeño, de unas 3 pulgadas de apertura, se pueden ver las bandas de nubes, entre otros detalles del planeta. Distinguir una luna en tránsito o su sombra, no obstante, requiere un equipo de mayor capacidad, aunque he oído de personas que han podido hacerlo en telescopios tan pequeños con las 3.5 o 4 pulgadas (principalmente refractores).
Apreciar a Ío adentrarse frente a Júpiter y entre las dos bandas ecuatoriales principales por unos 16 minutos después del contacto, aún con las malas condiciones del cielo a esa hora, fue suficiente recompensa y un gran comienzo en este campo. Ahora, ¡a planificar los próximos eventos!
Una versión de este reportaje fue publicado en El Observador, vol. 18, núm. 7 (julio de 2003). Foto: J. Spencer (Lowell Observatory) & NASA/ESA